30 enero 2013

Los indios americanos grabaron sobre piedra la explosión de una estrella

Localización de la nebulosa del
Cangrejo en el cielo de Taurus

Desde su observatorio astronómico de Irlanda, el Conde de Rosse, allá por 1844, observó una nebulosa extraña y sorprendente, ya descubierta hacía más de cien años. La quiso dibujar sobre papel y le quedó una especie de crustáceo que llevaba insertadas cinco pares de patas locomotoras, en el que el primer par de estos apéndices estaba transformado en unas pinzas que las utilizaba para la captura de alimento y para la comunicación social. Es decir, dibujó un karramarro en euskera, un cangrexo en galego, un cangrejo en español o un cranc en catalán. 

El Cangrejo visto con
fotografía de gran campo
Desde entonces, esta nebulosa se llama La Nebulosa del Cangrejo y es el resto de una supernova resultante de la explosión de una estrella visible desde la Tierra el año 1054 en la constelación de Tauro. Esta terrible explosión fue observada por los astrónomos chinos, árabes y los indios nativos Anasazi de América del Norte. Durante meses pudo verse, a pleno día y durante las noches, esta estrella que lanzó sus restos al espacio, brillaba más que cualquier otro astro visto desde la Tierra, exceptuando la Luna.

Explosiones de este tipo se producen en las últimas etapas de evolución de una estrella, cuando ésta tiene más de 8 veces la masa del Sol. En un cierto momento de su última etapa de vida, la densidad del núcleo aumenta progresivamente hasta explotar como supernova, inundando el medio circundante con los elementos químicos de su interior. El brillo de la estrella durante la explosión puede superar el brillo de toda la galaxia formada por miles de millones de soles. La onda de choque se propaga y arrastra las capas externas del astro con velocidades superiores a los 30.000 Km / seg. Las nubes de gas de la Nebulosa del Cangrejo se extienden, hoy, hasta una distancia de 10 años luz y la expansión continúa con velocidades de casi 2.000 Km / seg. En el interior del residuo de Supernova queda un objeto extraordinariamente denso llamado pulsar, la materia está tan comprimida que un volumen del tamaño de un terrón de azúcar pesaría como toda la humanidad junta. Este extraño cuerpo astronómico, con un diámetro de sólo 16 Km, gira sobre sí mismo 33 veces cada segundo.

Restos de la supernova con el pulsar
en su centro.
Con toda seguridad, cuando la madrugada del 4 al 5 de julio de 1054 el indios Anasazi vieron como nacía un nuevo fuego en la bóveda del cielo nocturno y que seguía brillante durante el día, pensarían que algún efecto maléfico les tocaría pronto. Pero al ver que en el transcurso de los días ninguna estrella caía del cielo, que el Sol no se apagaba y que todo seguía como antes, quisieron grabar en una roca la aparición de aquel astro tan extraño que produjo en pocas semanas tanta energía como la que producirá nuestra estrella madre durante toda su existencia.

Representación de la supernova de
1.054 realizada por los indios Anasazi
La muerte de esta estrella es posible verla en los petroglifos que la cultura Anasazi grabó sobre una roca existente en el llamado, hoy, Parque Nacional del Cañón Chaco en Nuevo México, donde es posible ver con toda claridad la Supernova junto a la posición de la Luna, en fase menguante, que había aquellos días. Si hoy apuntamos un telescopio hacia el lugar del cielo en el que apareció el gran resplandor, podremos ver un objeto difuso, de aspecto deshilachado, a una distancia de nosotros de 7.000 años luz, pero nos costará identificar el dibujo que hizo por primera vez el astrónomo William Parsons (Conde de Rosse) desde su telescopio del Castillo de Birr. A la sabiduría por la astronomía.

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